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2º Domingo T.O. Bodas de Caná

Sábado 16 de enero de 2016

Hemos dejado atrás el tiempo de Navidad. Con todo, la liturgia de este domingo continúa desarrollando el misterio de la manifestación del Señor que celebramos hace pocos días. El milagro de las bodas de Caná es considerado una epifanía, junto con el bautismo de Jesús en el río Jordán y la adoración de los magos. Y, como leemos al final del fragmento de las bodas de Caná, Jesús “comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”.
Las bodas son sinónimo de fiesta y de alegría. El agua de las purificaciones de los judíos es el mundo viejo, atado a la “pureza o impureza” ante Dios. Jesús se sirve del agua de las tinajas para introducir a todos en el vino de la fiesta que supone su presencia. El “haced lo que él os diga” en boca de María es una invitación a entrar en el discipulado de Jesús. Jesús manifiesta su “gloria”, revela quién es y cuál es su misión. “Sus discípulos creyeron en él”. La fe en Jesús sigue siendo una invitación directa para cuantos buscan y se abren al misterio del mundo, del ser humano y de Dios.
¿Qué supone este hecho para nosotros ahora?
A Jesús le contemplamos como Señor y Salvador, enviado por el Padre, la Palabra viviente, soberana y creadora de Dios; nos anuncia que el Reino de Dios está ya entre nosotros.
Con frecuencia, escuchamos “siempre se ha hecho así”, y referimos “lo de siempre” evitando cambios en nuestra forma de pensar y de actuar. ¿A qué tengo que renunciar, qué costumbres me impiden acoger la buena noticia de Jesús? ¿Sigo aferrado a lo de siempre? Leo el Evangelio y pienso: “ya me lo sé”. Me doy cuenta que debo cambiar, pero son más fuertes mis costumbres. El Señor no viene a cerrar puertas ni a sellar ventanas, sino a abrir para que entre el aire fresco en el difícil camino de la vida diaria. ¡ÁNIMO y a caminar!.

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Oración: Poder ver la humanidad con tus ojos

Gracias, Señor, por el don que he recibido.
Me hace único, pero no me aparta
porque me lo has dado para el bien de todos.
Me hace irrepetible, pero no me vanaglorio
ni me comparo
porque es un don inmerecido.

Que, al mirar a los demás,
sepa captar los dones que has puesto en ellos,
así aprenderé a verlos como hermanos
que no amenazan con sus diferencias
sino que enriquecen a la familia.

¡Qué bella es la humanidad a tus ojos,
que has decidido tomarla por esposa
y dar la vida por ella!
Concédeme el don de poder verla,
y de verme a mí mismo,
con tus ojos.

Que tu mirada de amor nos ayude
a hacer aflorar todas las semillas de belleza
que has plantado en el fondo más auténtico
y más genuino de nuestro ser.

"La Misa de cada día", de la Editorial Claret..



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