
Este domingo celebramos la Ascensión del Señor, una solemnidad que llena de esperanza nuestro camino de fe. Jesús, después de resucitar y compartir con sus discípulos, es elevado al cielo delante de ellos. Pero no se despide con tristeza, sino con una promesa: enviará al Espíritu Santo y estará siempre con nosotros. El salmo nos invita a alabar a Dios con alegría, porque Cristo ha sido glorificado. San Pablo, en la carta a los Efesios, nos recuerda que Jesús, sentado a la derecha del Padre, es Señor de todo y guía a su Iglesia. En el Evangelio, vemos cómo los discípulos, lejos de quedar tristes, regresan alegres, adorando a Dios y esperando el cumplimiento de su promesa. La Ascensión no es una despedida, sino el comienzo de una nueva presencia de Jesús en nuestras vidas. Sigamos su ejemplo y vivamos con fe, alegría y esperanza.