En el Tercer Domingo de Adviento, también llamado Domingo de la Alegría, la Palabra de Dios nos llena de esperanza y consuelo. El profeta Isaías anuncia que Dios viene en persona para salvarnos y transformar el dolor en gozo: los débiles recobran la fuerza y los tristes vuelven a cantar. El salmo es una súplica confiada: “Ven, Señor, a salvarnos”, expresando el deseo profundo del corazón humano. La carta del apóstol Santiago nos anima a tener paciencia y a fortalecer el corazón, porque el Señor está cerca. En el Evangelio, Juan el Bautista pregunta a Jesús si Él es el Mesías esperado, y Jesús responde con signos de vida, sanación y esperanza. En este tiempo de Adviento, se nos invita a alegrarnos, a confiar y a reconocer que Cristo ya está actuando en medio de nosotros, trayendo salvación y nueva vida.
En el Segundo Domingo de Adviento, la Palabra de Dios nos invita a seguir preparando el corazón para la venida del Señor. El profeta Isaías nos anuncia la llegada de un Mesías lleno del Espíritu de Dios, que trae justicia para los pobres y paz para todos. El salmo responde con esperanza, deseando un reino donde florezcan la justicia y la paz sin fin. San Pablo nos recuerda que todo lo que fue escrito es para animarnos y sostener nuestra esperanza, y que Cristo ha venido para salvar a todos, sin distinción. En el Evangelio, Juan el Bautista nos llama con fuerza a la conversión: a cambiar de vida, a dejar el pecado y a preparar el camino al Señor. Este tiempo de Adviento es una oportunidad para revisar nuestra vida, crecer en fe y abrirnos a la acción de Dios, que viene a renovar el mundo con su amor y su justicia.
Con el Primer Domingo de Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico y un tiempo de esperanza y preparación. La Palabra de Dios nos invita a levantar la mirada y a caminar hacia el encuentro con el Señor. El profeta Isaías nos anuncia un futuro de paz, donde Dios reúne a todos los pueblos y nos llama a vivir según su luz. El salmo expresa la alegría de quienes desean acercarse a la casa del Señor, dispuestos a caminar en su presencia. San Pablo, en la carta a los Romanos, nos exhorta a despertar del sueño y a vivir como hijos de la luz, porque la salvación está cada vez más cerca. En el Evangelio, Jesús nos pide estar atentos y preparados, vigilantes en la fe y en el amor, esperando su venida. El Adviento es un tiempo para renovar el corazón, fortalecer la esperanza y prepararnos para recibir a Cristo que viene.
En la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, la Palabra de Dios nos invita a contemplar el verdadero sentido del reinado que viene de Dios. En la primera lectura, el pueblo de Israel reconoce a David como su rey y lo unge, recordándonos que Dios elige y guía a sus pastores. El salmo expresa la alegría de caminar hacia la casa del Señor, signo de un pueblo que confía y se pone en camino. San Pablo, en la carta a los Colosenses, nos presenta a Cristo como el Rey supremo: en Él todo fue creado y por Él somos salvados y llevados al reino del amor. Finalmente, el Evangelio nos muestra a Jesús reinando desde la cruz, donde su poder se manifiesta no en la fuerza, sino en el amor y la misericordia. Hoy celebramos a Cristo Rey, que gobierna nuestros corazones y nos llama a vivir en su verdad y su paz.
En este domingo, la Palabra de Dios nos invita a mirar la vida con esperanza y a mantenernos firmes en medio de las dificultades. El profeta Malaquías nos recuerda que Dios es como un “sol de justicia” que ilumina y da calor a quienes confían en Él. El salmo proclama que el Señor viene a gobernar con rectitud, trayendo paz y armonía a los pueblos. San Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, nos anima al esfuerzo responsable: el trabajo bien hecho construye comunidad y ayuda a vivir con dignidad. Finalmente, Jesús, en el Evangelio de Lucas, nos habla de tiempos difíciles, pero nos asegura que la perseverancia nos salvará.
Hoy celebramos la IX Jornada Mundial de los Pobres bajo el lema: “Tú, Señor, eres mi esperanza”. Dejemos que estas lecturas nos impulsen a confiar más en Dios y a acercarnos con amor a quienes más lo necesitan.
Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, madre y corazón de todas las iglesias del mundo. Las lecturas de este domingo nos recuerdan que Dios quiere habitar en medio de su pueblo y también dentro de cada uno de nosotros. El profeta Ezequiel nos muestra un río que brota del templo y llena todo de vida, signo del amor de Dios que renueva lo que toca. San Pablo nos dice con claridad que somos templo de Dios: su Espíritu vive en nosotros y nos invita a cuidar esa presencia. En el Evangelio, Jesús habla del templo de su propio cuerpo, anunciando que en Él encontramos la verdadera cercanía con el Padre.
En este Día de la Iglesia Diocesana, bajo el lema «Tú también puedes ser santo», recordamos que todos estamos llamados a dejarnos transformar por Dios y a construir juntos una comunidad viva, llena de fe y esperanza.
El pasado 25 de octubre, dentro de la dentro de la celebración de la Fiesta de San Antonio María Claret, la Parroquia del Corazón de María realizó una emotiva excursión parroquial. La jornada incluyó visitas al Monasterio de Yuso y al Monasterio de Cañas, lugares de gran riqueza espiritual e histórica.
El momento más significativo se vivió en Santo Domingo de la Calzada, en el Convento de San Francisco, donde durante muchos años los Misioneros Claretianos tuvieron su Seminario y donde se formaron numerosas generaciones de Claretianos que entregaron su vida el servicio del evangelio. Allí, los feligreses celebraron una Eucaristía en un ambiente de profunda gratitud y esperanza, acompañados por todos los claretianos de la comunidad de Logroño.
Durante la celebración se realizó la instalación de una imagen de San Antonio María Claret, un gesto cargado de simbolismo y emoción, que representa un reencuentro con la historia viva de la Congregación en tierras riojanas.
El Padre Abel, párroco y superior de la comunidad de Logroño, expresó en su mensaje:
“Oramos para que esta imagen y nuestro compromiso misionero-evangelizador no nos deje en un mero recuerdo histórico, sino más bien en un nuevo renacer en el carisma de los Hijos del Corazón de María, en La Rioja. ¡Un recuerdo fraterno para todos los que han pasado por estas tierras riojanas!”
Con esta celebración, la comunidad parroquial reafirmó su deseo de mantener vivo el espíritu claretiano y de seguir caminando con alegría y fe al servicio del Evangelio.
Cada 1 y 2 de noviembre, la Iglesia Católica celebra con profunda fe y esperanza dos solemnidades llenas de significado: el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.En la primera, honramos a todos aquellos hombres y mujeres que, habiendo vivido con fidelidad el Evangelio, gozan ya de la presencia de Dios en el cielo, incluso a los santos desconocidos que no figuran en los calendarios litúrgicos. En la segunda, elevamos nuestras oraciones por todos los difuntos, especialmente por aquellos que aún esperan alcanzar la plenitud eterna del Reino.
Estas jornadas nos invitan a contemplar el misterio de la comunión de los santos, a fortalecer nuestra esperanza en la vida eterna y a renovar nuestro compromiso de caminar con santidad en la tierra. Como comunidad parroquial, unámonos en la oración, en la memoria agradecida y en la confianza en la misericordia de Dios, que promete la resurrección y la vida sin fin para todos sus hijos.
Las lecturas de este domingo nos invitan a mirar el corazón con verdad y sencillez ante Dios. El libro del Eclesiástico nos recuerda que el Señor no se deja impresionar por apariencias ni privilegios, sino que escucha con especial ternura la oración del pobre y del humilde, aquella que “atraviesa las nubes”.
San Pablo, en su segunda carta a Timoteo, nos ofrece su propio testimonio de fe vivida hasta el final: ha combatido el buen combate y espera, con confianza, la “corona de la justicia” que el Señor concede a quienes han permanecido fieles.
En el Evangelio, Jesús nos presenta la parábola del fariseo y el publicano. Uno se siente justo y se enorgullece de sus méritos; el otro, consciente de su fragilidad, solo puede decir: “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador”. Y es este último —el publicano— quien baja a su casa justificado.
Hoy, la Palabra nos enseña que la verdadera oración nace de la humildad. No se trata de compararnos con los demás ni de presumir de nuestras obras, sino de presentarnos ante Dios con un corazón sincero, confiando plenamente en su misericordia.
Este domingo celebramos la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND), una ocasión especial para renovar nuestro compromiso con la misión universal de la Iglesia. La Palabra de Dios nos invita hoy a perseverar en la fe, a sostenernos en la oración y a ser testigos activos del Evangelio en el mundo.
En la primera lectura del libro del Éxodo (Ex 17, 8-13), Moisés ora con los brazos en alto mientras el pueblo combate. Su perseverancia simboliza la fuerza de la oración que sostiene la misión de todos. También los misioneros —en lugares lejanos o en nuestra vida cotidiana— necesitan que mantengamos “los brazos levantados” en oración por ellos.
El Salmo 120 proclama con confianza: “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.” Toda obra misionera nace y se apoya en esa certeza: no actuamos por nuestras fuerzas, sino por la gracia del Dios que acompaña siempre a su pueblo.
San Pablo, en su carta a Timoteo (2 Tim 3,14–4,2), anima a permanecer firmes en la Palabra y a proclamarla “a tiempo y a destiempo”. Es el mismo llamado que hoy recibe cada cristiano: anunciar el Evangelio con valentía, en cualquier lugar y circunstancia.
Finalmente, en el Evangelio según san Lucas (Lc 18,1-8), Jesús nos enseña a orar sin desanimarnos, seguros de que Dios escucha el clamor de sus elegidos. La misión, como la oración, exige constancia, fe y esperanza activa.
En este DOMUND, pidamos al Señor que fortalezca a todos los misioneros y que nosotros mismos seamos testigos perseverantes de su amor. Que nuestra oración, nuestra ayuda y nuestro compromiso hagan visible el rostro misericordioso de Dios en todos los pueblos.